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El amor es como el mar

julio 15, 2020 Luis Solís 0 Comments



PRÓLOGO
Fundamentalmente, la palabra nos ha otorgado una libertad que excede cualquier etimología o legislación. Es más, esta libertad traspasa las barreras de lo filosófico, lo religioso y lo científico, para empoderarse en el terreno de lo ilimitado y lo imposible. Como el mar, la palabra parece no tener horizontes o fronteras; lo abarca todo y todo lo puede. Como el mar, la palabra nos une, nos comunica, cualesquiera sean los medios o los intrincados pasajes. Ella está ahí, para darnos vida, esperanza o, cuanto menos, refrescar nuestro día a día. En ese sentido, su función ética –ethos– es también una labor salvífica del espíritu humano: nos ayuda a comprender –logos– lo que somos y lo que deseamos ser.  
En esa correspondencia entre el ethos y el logos, la palabra es signo privilegiado no solo de nuestra humanidad, sino también –aunque lo pongamos en duda últimamente– de que somos poseedores de una inteligencia capaz de crear. Ya lo decía Huidobro: «El poeta es un pequeño Dios». Sin embargo, entre el pensar y el hacer, el verbo ha ido perdiendo fuerza y contenido. O, mejor dicho, el Hombre –en mayúsculas– ya no se compromete y, lo que es peor, no cumple con la palabra empeñada. Inevitablemente, la Literatura también cae bajo sospecha. La desconfianza en la belleza a través de la palabra tergiversa su finalidad artística y la somete a un falso problema de índole más bien social: ¿Para qué sirve la palabra y, con ella, la Literatura?  
Con El amor es como el mar, poetas y narradores de todas partes del mundo nos hacen ver que las discusiones en torno a la utilidad práctica de la palabra solo confirman su señorío: ella lo abarca todo. A pesar del maltrato que ha recibido en los últimos años, la palabra consigue transformarse en vehículo de ayuda material, para el prójimo, y de ayuda personal, para el escritor y el lector. Pero aún hay más: esta antología con fines solidarios –que nació del Taller de Escritura Creativa a cargo de la Universidad Abierta El Retiro– reitera el valor intrínseco del arte de la palabra: servir a la Humanidad, sin atenuantes ni remilgos. Aquí la creatividad no se detiene en su sentido lúdico o de confesión personal; hay trabajo, estudio, comprensión y respeto o, que es lo mismo, auténtico amor por la vida y la existencia, en sus múltiples y humanas manifestaciones. Porque la creación literaria nace y se nutre de este mundo, pero la esencia de su ser la obliga a alzar un vuelo largamente satisfactorio. ¡Cuánta razón lleva la autora del poema número LIII al iniciar con un verso sabiamente declaratorio: «Soy hija de la vida», y continuar: «En la luna mi hogar tengo, / en la tierra busco amor»!
Hoy, el itinerario de ese largo vuelo literario toma forma de libro y se presenta en sociedad. Sé que esta ilusión creció en las aulas de la Biblioteca Elena Fortún, donde nos reuníamos cada mes y donde, al fin y al cabo, nos conocíamos más. También sé que, en cada verso o relato, han puesto algo de ustedes, hallazgos íntimos, únicos e intransferibles. No obstante, a causa de ello, abiertamente solidarios y comunicantes. Gracias por hacer que la palabra brille en inteligencia y belleza, cualidades necesarias para acercarnos a su reino de libertad y hermandad. Enhorabuena.

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